Muchas veces nos gustaría saltar a esa nueva realidad que intuimos, de golpe. Conquistarla de pronto. Abordarla sin premura. Pero la realidad nos pone un freno, tenaz y transitorio. Nos pide que esperemos un poco y aceptemos permanecer tranquilos hasta comprender mejor adónde vamos.
Si nos concentramos entonces en el presente y nos abrimos a que esa fuerza que nos invita a aguardar nos moldee, será ella misma quien nos prepare para que el cambio se traduzca en realidad. Aunque la transformación que anhelamos tenga una sed muy vieja, y la hayamos intentado ya innumerables veces, si soltamos y le dejamos hacer, en el momento adecuado, nos acercará a la manifestación correcta.
Veremos entonces que la espera, aunque haya durado décadas, mereció la pena.