Uno podría creer que ser intolerante es ser racista, quemar templos donde se celebran cultos con los que uno no comulga y cosas por el estilo. De hecho, las entradas de muchos diccionarios proporcionan significados del estilo.
Pero si uno se deja instruir, intuye de la misma que lo que asocia con negarle el saludo a alguien o pegarle tres gritos se extiende también a todas las formas en las que uno se opone a aceptar la realidad.
Así, estas resistencias se manifiestan a menudo cuando uno adopta actitudes peleonas; se aferra a sus ideas y creencias sin darse oportunidad de conocer las que le resultan menos familiares; juzga de antemano como descabellado lo que piensan y hacen otros y les pone a caldo por ello; rechaza a los demás de las mil y una maneras posibles; o trama planes para cambiarles en cuanto se descuiden un poco.
La Intolerancia es la hermana pequeña de la Ira y a menudo van de la mano. Por eso es tan fácil pasar de una a otra cuando nos ponemos a infravalorar y censurar a otros y cargamos las tintas.