La Lujuria parece gozar de una inmerecida buena reputación. Lo que ya apunta a que nos está dando gato por liebre. Como miedo disfrazado que es, y con mucho morro, se camufla en los entresijos de una actividad sexual cualquiera y se hace pasar por lo que no es. Así que cuando uno se da cuenta de la estafa ya no quiere seguir siendo su fan. Y es que, aunque a simple vista no lo parezca, es el mayor obstáculo para el disfrute de nuestros talentos sexuales y el acceso a la comunicación íntima con nosotros mismos y los demás: a esas comprensiones tan ansiadas y no tan frecuentes.